sábado, 24 de julio de 2010

El Nippur de La Boca

Cuenta la historia que durante más de treinta años, las aventuras de un sumerio por todo medio oriente se leían sin descanso en suelo argentino. Desde la grotesca Editorial Columba surgía Nippur de Lagash, ese mártir de piel gastada y frases pensantes que en cada viñeta nos dejaba más que una enseñanza.

Nippur las pasó todas: huyó de su ciudad, conquistada por el tirano Luggal-Zaggizi; perdió un ojo en medio de una pelea con un ladrón y también se dio el gusto de volver a su Lagash natal para hacerla renacer. Es una película que en el medio tiene tragedias menores, desamores, divertimentos y mucho de misticismo.

Por eso, pensar a Nippur de Lagash como un héroe no está del todo mal; es casi como esos personajes que llegan para demostrar que hasta los más mancos la siguen remando, como diría Iván Noble. Ante toda adversidad, la filosofía exquisita del errante termina oscilando entre la tranquilidad y la sapiencia de todos los dioses mismos.

Hace un par de años, en La Boca, apareció una suerte de reencarnación de este Nippur de tiempos antiguos. No salió de Sumeria, pero vino de La Plata. No perdió un ojo, pero perdió un hijo. No peleó por una ciudad, pero defendió como pudo sus colores. Martín Palermo -el ébano del fútbol, según los más acérrimos críticos-, sigue en pie para dejar en claro que todo obstáculo es superable.

No, señores. No se trata de un libro de autoayuda o de algún tipo de psicoanálisis para levantar el ánimo. Se trata de un hombre que, sin más armas que su carne viva, ataca a los arqueros –los odiados Hititas, para el defensor de lagash– y los deja sin ninguna chance. Ni aquí, ni en el sur de África, un continente que el nueve xeneize jamás incluyó en sus periplos.

Palermo es a La Boca lo que Nippur a Lagash. No por nada, la hinchada planta bandera y abraza una esperanza. “Mi único héroe en este lío”, dicen los de azul y oro. Y hacen bien. Como hace Diego Armando Maradona cuando le susurra al oído pidiéndole que lo defina, que se transforme en ese personaje de historietas que pelea entre griegos, egipcios o lo que sea.

Hoy, el “Titán” es dueño absoluto de la pasión bostera. Se lo ganó en buena ley, inflando redes de cualquier manera. Imposible olvidar ese movimiento digno de una tortuga que terminó en gol y mató al River del “Tolo” Gallego. Imposible dejar de lado la chilena interminable contra Cristian Lucchetti. Imposible, el gol a Independiente. Imposible también el cabezazo contra Vélez. Palermo es imposible, gente. Tan imposible como el Nippur indestructible de las historietas.

Y hoy, ese hombre que se ganó varios corazones en el Alberto J. Armando va por su conquista mayor. Como preludio, ya también nos ganó a nosotros, hinchas de Gimnasia, Banfield, All Boys, Nueva Chicago o Yupanqui. Porque en parte sabemos que es real, pero… ¿hasta dónde? ¿Será tan humano como nosotros, o es como dicen todos, que tiene un dios aparte?

Estamos como los sumerios, que al hablar de Nippur se llenan la boca de palabras gigantes, nobles y cuidadosas. A nuestro Martín le dijimos “caballo”, “árbol”, “hombre de piedra”, da igual. Le faltamos el respeto. Por suerte, el tiempo cura las heridas y tanto insulto hoy se transforma en aliento. El “Paleeeer, Paleeeer…” es la justicia (¿divina?) que castiga al pueblo. Porque sí, goleador, hoy te piden hasta en una encuesta para que juegues en octavos contra México.

Palermo no es un dotado, no es el fútbol mismo ni por asomo. Lejos está de los toques y de la magia de Messi o Maradona. Pero ese nueve tiene algo, un halo de misticismo que jamás vamos a comprender. Lo mismo le pasó a Nippur: nadie podía entender como peleaba contra veinte tipos y salía vivito y coleando. Son seres de otro planeta, de otra galaxia, quizás. Anclados en la paciencia y jugándosela por su lado, cerraron la boca de varios –ay! Passman– y nunca van a rehusar a sus objetivos.

Uno es Nippur, de Lagash. El otro se llama Martín, de La Boca. Hoy se dan la mano y, café mediante, se cuentan sus aventuras-películas en una realidad distante…


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